Las muertes injustas y prematuras contribuyen a menudo al nacimiento de mitos, pero solo las auténticas leyendas resisten al inapelable transcurrir de las estaciones. Hace ya 28 años y pico de la repentina pérdida de Antonio Flores, un periodo lo bastante extenso como para que su recuerdo se hubiera difuminado en las nebulosas del tiempo; pero aquel cancionero juvenil, confesional y corajudo, a veces juguetón pero siempre escrito con una franqueza a quemarropa, perdura con creces en este siglo XXI que su autor no pudo ni lejanamente intuir. Quedó demostrado la noche de este viernes en el madrileño Palacio Vistalegre, que agotó sus 8.000 localidades con ocasión del concierto colectivo Arriba los corazones, el homenaje más ambicioso y multitudinario –casi tres décadas después de aquel aciago 30 de mayo de 1995– de cuantos han reivindicado la singular figura del ídolo caído.