El otro rapto de Europa

A mediados de los años noventa, Václav Havel, entonces presidente de la República Checa, ofreció una recepción en el Castillo de Praga para celebrar el aniversario de la independencia de Checoslovaquia del imperio austrohúngaro. La sala gótica se llenó de invitados y en el círculo donde me encontraba alguien dijo que el imperio nunca debió haberse fracturado porque los pequeños Estados que se formaron de sus ruinas fueron bocados fáciles para los tiranos que se apoderaron de aquella parte de Europa: primero Hitler, luego Stalin. Una mitad de los presentes asintió. Havel dijo que el imperio, con su mosaico de lenguas y culturas, fue la prefiguración de la Unión Europea y que, para sobrevivir, hubiera debido democratizarse y reconocer todavía más la diversidad de lenguas, culturas y religiones que lo formaban.