Las metáforas del fútbol, ese lenguaje universal, han desplazado a los tradicionales refranes a la hora de explicar campechanamente lo que nos pasa. Cuando alguien no se rinde, “tiene más moral que el Alcoyano” (el que no llora no mama); Cuando quien tiene, a priori, menos posibilidades, gana al favorito es porque “no hay equipo pequeño” (A gran subida, gran caída). Si alguien se esmera en su trabajo, “suda la camiseta” (a quien madruga, dios le ayuda). Si no entiende lo que sea, se equivoca o se precipita, se queda “fuera de juego” (Loro viejo no aprende a hablar; No hay que vender la piel del oso antes de haberlo cazado). Si le engañan, le “cuelan un gol” (Piensa mal y acertarás)… La apoteosis de esa contaminación lingüística se vivió la pasada semana en el Congreso de los Diputados, donde el debate de investidura de Pedro Sánchez parecía, por momentos, la narración de un partido con todos sus elementos, incluidos los insultos desde la grada, que fue desde donde la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, llamó “hijo de puta” al presidente.
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