Desde distintas voces del pensamiento de izquierdas latinoamericano y desde los muy diversos movimientos sociales se ha hecho ya una crítica profunda a las nociones de “progreso” y “desarrollo” que guiaron las políticas públicas de la mayoría de los países del continente durante casi todo el Siglo XX. Podría decirse que en los espacios académicos de las llamadas Ciencias sociales esta crítica es ya un lugar común. Varias corrientes filosóficas, y no se diga las nuevas corrientes de la antropología, han hecho serios cuestionamientos a la idea misma del “desarrollo”. Las ideas del post-desarrollo y los planteamientos desde pueblos indígenas que se han agrupado bajo lo que, en muchos lados, se conoce como “el buen vivir” han mostrado los terribles efectos que los modelos desarrollistas han tenido sobre el planeta, sobre las personas y sobre nuestros deseos de crear un mundo más justo. ¿Qué beneficio pueden traer estos modelos cuando han sido precisamente los que han provocado la emergencia climática que pone en riesgo la vida misma de la humanidad? ¿Cómo puede la izquierda en el poder, que presume de vanguardia, repetir una y otra vez la misma fórmula creyendo que esta vez sí van a lograr crear bienestar y justicia social? ¿Por qué seguir el camino que evidentemente nos lleva al desastre? Parece que hay una desconexión, en muchos casos insalvable, entre los gobiernos de izquierda y los planteamientos de los intelectuales de izquierda, ya ni decir de los planteamientos contemporáneos del movimiento indígena o del movimiento afrodescendiente.
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10 noviembre, 2024