Hace unos años, muchos, tuve un blog. Qué original. En el mío escribía listas, curiosa decisión para alguien que en la vida diaria nunca lo hace porque, como Funes el Memorioso, tiene la desgracia de tener una buena memoria. Escribía, pues, no por miedo al olvido, sino por la búsqueda de orden y ese terreno sí me interesaba; que el ego asomara, también. El blog se llamaba Chicalistas. Qué ternura de tiempos, sin SEO ni likes. En unas de las entradas escribí: “Diez trabajos soñados”. Hoy no sueño con ningún trabajo, pero en 2008 era más joven y aún no había leído El entusiasmo, de Remedios Zafra. El post sigue por ahí y al releerlo encuentro profesiones que no querría desempeñar ahora, como afinadora de quesos (hola, compañera de páginas, Clara Diez), política en la segunda fila o mano derecha de Coppola y otras que sí, como diseñadora de vestuario de cine, estrella de Hollywood muy discreta o escritora por encargo. No veo que aparezca, y me extraña, una profesión que siempre me ha entusiasmado, la de perfumista. Al fin y al cabo, pienso que reúne varios de esos oficios que menciono: una fragancia es un vestido invisible que se afina hasta llegar a cumplir las expectativas de quien lo encarga; además, puede ser tan inolvidable como Greta Garbo.