Las manos y los brazos de la artista son del color del polvo de porcelana. En realidad, toda la atmósfera es de esa tonalidad en el pequeño estudio que tiene Verónica Moar (A Coruña, 44 años) en el bajo de un discreto edificio, en un barrio obrero de su ciudad natal. Una luz mágica inunda el espacio y baña la mesa de trabajo, la estantería de los prototipos, las baldas donde guarda los moldes de escayola perfectamente ordenados, el horno, el torno, su colección de libros de arte o la panoplia de herramientas que cuelgan de la pared. La mayor parte del tiempo, esos utensilios —vaciadores, cortadores de tanza, palillos de modelar— permanecen en su sitio como las armas de un guerrero en tiempos de paz. Porque la verdad es que esta ceramista gallega tiene predilección por un solo artilugio, una especie de cúter fabricado por ella misma, que usa para prácticamente todo y es casi una extensión de su propia mano.
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