Veinte pares de zapatos dan la bienvenida cuando se abre la puerta del piso en el que vive –en el barrio de Collblanc (L’Hospitalet de Llobregat)– un empleado de las obras del Camp Nou. Mamadou es uno de los ocho inquilinos de una vivienda que no supera los 70 metros cuadrados. “Con el dinero que gano es lo único que puedo pagar”, cuenta el joven maliense, de 20 años. Como él, los otros trabajadores de las obras del nuevo estadio del Barça entrevistados por El Periódico de Catalunya, del grupo Prensa Ibérica, comparten similares condiciones de pobreza. “Está claro que no es la vida que te esperabas en España, pero no te toca otra que aguantar”, asume Mohamed, que pernocta en un habitáculo abandonado y ruinoso en Manresa (Bages).
Gran parte de los trabajadores de las obras del Camp Nou han huido de África o Asia, escapando de guerras y del hambre, arriesgando su vida en pateras o poniéndolas en las manos de las mafias. Han trabajado sin contrato en el sector ganadero, de jornaleros, en la hostelería y en la construcción. Viven hacinados en pisos patera o en casas ocupadas ruinosas sin las condiciones mínimas de higiene. Apenas son conscientes de sus derechos, pero sí tienen la obligación de mantener a sus familias en su país de origen. Por eso tienen miedo de denunciar sus condiciones laborales y perder el empleo.
Una investigación de EL PERIÓDICO durante cinco meses ha desvelado la explotación laboral a la que someten a sus trabajadores empresas subcontratadas en las obras del Camp Nou. Pero, ¿cómo son sus vidas? La mayoría de ellos malviven en la pobreza, a pesar de trabajar más de 50 horas semanales. Sus historias, contadas desde el anonimato, reflejan el miedo y los temores, pero también la doble cara de la moneda de la acogida a la inmigración en España.
Llegada en patera
Mohamed llegó a España en patera por la vía del Atlántico. Partió de Larache (Marruecos) en un cayuco en 1996. Abdala repitió ese viaje en 1999 desde Tánger. Mamadou, procedente de Malí, cruzó en cayuco hasta Canarias en 2021. Ibrahim, que también lo hizo en el 2000, partió desde Dakar (Senegal). Todos lo justifican porque querían “una vida mejor”. “Soñaba con la vida europea: aquí hay derechos”, resume Abdala. Mamadou, además, escapaba de la guerra. “Yo era campesino con mi padre en Malí, pero las guerrillas nos atacaban… Yo solo quería escapar de allí, vivir en paz y ayudar a mi familia”, añade el joven, veinteañero, que ha conseguido protección internacional en Barcelona como refugiado.
El maliense aún recuerda que su mejor amigo murió en sus brazos en alta mar. “Estuvimos cinco días sin agua ni comida, la gente no aguantaba y acabó muriendo a mi lado”, dice, con los ojos empañados. Se encaró al comandante del barco y logró que el cuerpo de su compañero no acabara en el océano. El chico está enterrado en una fosa en Canarias. Él mismo fue quien se lo tuvo que comunicar a su madre. “Ha sido de los días más horrorosos que he vivido”, se sincera.
Este joven dejó la escuela a los 8 años. Como muchos de los trabajadores de las obras del Camp Nou, que se vieron obligados a trabajar en su país desde niños. Muy pocos saben leer en castellano y aún menos comprender la legislación, cosa que les hace mucho más vulnerables a las extorsiones. Abdala y Mohamed, los más mayores, han trabajado durante más de una década sin papeles ni contrato. Uno ha sido jornalero en Almería y en Zaragoza. El otro ha trabajado en granjas y después en la construcción.
Extorsiones y accidentes
Mohamed sufrió un accidente laboral en una granja de cerdos en Sant Fruitós de Bages. Se cayó desde tres metros de altura haciendo una reparación y se clavó un hierro en la pierna. “Me pagaron 200 euros, me dijeron que estuviera calladito y no me volvieron a llamar”. Ni tuvo derecho a la baja ni logró recuperarse debidamente. Abdala reconoce haber pasado mucha hambre durante los últimos años en España. “No tenemos dinero para pagar un piso ni para nada, solo para comer”, cuenta el hombre, que ha vivido en chabolas y en coches abandonados mientras ha sido peón de la construcción en Catalunya. Ahora malvive en una casa ocupada en muy mal estado.
Hoy, y después de cinco meses trabajando en las obras, Mohamed se quita las botas de trabajo y los pies le tiemblan. “Me duelen mucho”, lamenta, tras diez horas de trabajo y un viaje en tren de dos más hasta Manresa. Vive en una casa que se cae a pedazos, donde no hay luz ni agua corriente. Se ducha con garrafas de la fuente entre escombros que hace años formaban parte de una pared. La cocina está mugrienta y la ropa del trabajo se esconde tras montones de basura. “Es que llego tan cansado que solo quiero dormir. Y mañana igual”, cuenta el hombre, que se alimenta de bocadillos y latas.
Dormir en el suelo y pagar gastos familiares
Mamadou dice que no puede aguantar más las condiciones en las que vive. “A mí me gustaría tener un cuarto para mí solo”, explica. Desde que salió del programa estatal de refugio y asilo, comparte una habitación de dos metros cuadrados con un compatriota maliense en Collblanc. “Es muy duro, no puedo descansar con otra persona al lado”. A veces, dice, duerme en el suelo. Unas condiciones muy similares a las que sufren hombres paquistanís u otros países asiáticos que también trabajan en el Camp Nou. “En mi piso vivimos 10 personas”, explica un chico de la India que vive en Santa Coloma de Gramenet. “A mí no me parece mal cobrar mil euros al mes en las obras del Barça: en un bar me pagaban mucho menos, sin contrato, y trabajaba 12 horas al día”, señala.
Para entender su historia es importante conocer los lazos que les unen con sus orígenes. Todos ellos tienen una deuda con su familia. Cada mes les envían una pequeña parte de lo poco que ganan. Abdala sufre por su hija, a la que deben practicar una operación ocular, aunque en casa apenas pueden sufragar la medicación que precisa la niña. Mohamed tiene un niño diabético y cada mes envía 500 euros para pagar la insulina que necesita. Mamadou también manda 300 euros mensuales a Malí. “De mí dependen 47 personas, al menos así pueden comprar arroz y comer cada día”.
Todos son conscientes de que esta no era la vida soñada que pensaban al llegar a Europa, pero asumen que no tienen escapatoria. “Si lo denuncias, si pides que te paguen más, te quedas sin trabajo y aún es peor”, explica Mohamed. Mamadou sufre por si tiene un accidente y aquellas semanas su familia no puede comer. “No puedo parar de trabajar, ya sé que me va a tocar sufrir. Pero en un tiempo estaré mejor”, dice, esperanzado, el joven, que lleva dos años en España. Mohamed y Abdala, con más de 20 años en las mismas condiciones, asumen que esto no va a cambiar. “Nos toca aguantar, porque no hay otra opción. Si tienes trabajo, puedes sobrevivir. Si no lo tienes, no vives. Esta es la vida en España para la gente como nosotros”.