Heredar es un proceso traumático, siempre. Y si además llega a ti un caserón del siglo XIX al que tienes que devolver su esplendor sin que pierda su esencia o las huellas del paso del tiempo, ese trauma pasa a ser una yincana decorativa en busca de profesionales contemporáneos que conserven los acabados, las técnicas y los nobles materiales con los que está hecha una casa así. Después de la pandemia, al morir mis tías abuelas, recibí en herencia su solariega morada y llevo ya casi dos años de trabajo de campo, buscando quien pueda restaurar sus textiles, artesonados y vidrieras. También sus suelos de mosaico, muchos de ellos procedentes de la que fue fábrica de Miguel Nolla en Meliana (Valencia), una factoría rodeada de campos de chufa que producía piezas cerámicas de 3,8 x 3,8 cm para decorar los salones influyentes de entonces: los Románov y los Hohenzollern; Amadeo de Saboya, Alfonso XII, el general Prim, Vicent Blasco Ibáñez o el poeta Querol… Todos ellos pisaban suelos de Nolla, pero de eso hace 200 años. ¿A quién llamaba yo en 2022 para venir a mi encrucijada manchega?
Historias relacionadas
2 noviembre, 2024