El relato de las dos niñas víctimas de la violación múltiple de la localidad valenciana de Burjassot perpetrada el 16 de mayo de 2022, realizado ante la psicóloga forense del Instituto de Medicina Legal (IML) de Valéncia durante su declaración en la cámara Gesell, resulta especialmente aterrador cuando se es consciente de que quienes describen esa situación tenían solo 12 años cuando la vivieron. Tal como ha adelantado este viernes Levante-EMV, del grupo Prensa Ibérica, tras la práctica de esa prueba la perito judicial concluye, que esos relatos son «válidos y creíbles», lo que constituirá la principal prueba de cargo contra los cuatro menores acusados en este procedimiento, para quienes la fiscal pide, entre otras medidas, una pena global de 21 años de internamiento y 15 más de libertad vigilada.
Los relatos de ambas víctimas, a las que este diario se refiere como niña X y niña Y para facilitar la comprensión de los hechos y garantizar su anonimato, coinciden en lo esencial y son desgarradores. X, que sufrió una violación individual y posteriormente una grupal, e Y, víctima de una agresión sexual individual, admiten que habían quedado con dos de los acusados, a quienes ya habían visto dos días antes.
La encerrona
Como el primer día se habían limitado a pasear por Burjassot -municipio donde residen los acusados pero no las víctimas-, volvieron a quedar con ellos aquel lunes, sin imaginar lo que iba a suceder. Tras un nuevo paseo y un rato de charla en un banco, accedieron a entrar con ellos a la mugrienta casa abandonada donde se produjeron los hechos y a bajar al sótano, en una de cuyas estancias había dos colchones, uno grande y otro más pequeño, separados por una cortina y casi tres metros de distancia.
Ambas admiten que los primeros roces -ellas hablan de «enrollarse», con besos y alguna caricia más- son voluntarios, pero que cuando los dos menores con los que estaban en ese primer momento pretendieron culminar las relaciones sexuales, ambas mostraron se negaron abiertamente.
La menor Y rememora que se negó de manera verbal diciéndole «estoy muy incómoda» y «párate», pero «él seguía y seguía», mientras que X describe que «le dije que no, le dije ‘para, para’, me puse nerviosa, a llorar…, él no paraba». No solo eso, está convencida de que como «comenzamos enrollándonos, él ya se piensa que con un lío [ese primer momento consentido] yo ya le dije de tener sexo». Y remacha: «Él sí era consciente».
«Sabía que si intentaba algo, me podían matar»
Lo peor estaba por llegar. Tal como recoge la fiscal, al escuchar ruido de gente bajando por la estrecha y oscura escalera, se visten y suben arriba. «Había un montón de chicos, se notaba que eran amigos de ellos». Los dos primeros se van, pero tres de los otros, entre ellos el que es inimputable porque tenía entonces 13 años, las llevan de nuevo abajo.
Antes de que se diesen cuenta, rodearon a X, le quitaron la ropa, la tiraron sobre uno de los colchones y comenzó la violación de la niña por turnos, mientras los otros dos la sujetaban de brazos y piernas y le tapaban la boca para ahogar su llanto y sus gritos y, cree, «para que no les mordiese. Tampoco iba a hacerlo porque si no, me iban a hacer algo peor».
El relato de lo que vino después es, obviamente, escalofriante. «Me hicieron como un choque [le cortaron el paso]. Me cogen entre los tres y me tiran al colchón grande. Me retienen, no me dejan irme, me cogen de brazos, de piernas, me tapan la boca, me penetraron todos, y yo, llorando…; pedían turno para las penetraciones, me dolía cada vez, me tapaban la boca con las manos, me cogían de los hombros, me inmovilizaban para no moverme. Yo sabía que si me movía, me iban a hacer algo peor, lo veía todo negro, solo quería irme de allí, de esa casa, mi cabeza dijo ‘no te resistas, quédate quieta aunque por dentro estés amargada y llorando’, porque sabía que si hacía algo por intentar escaparme, me iban a hacer algo peor (…). Es que me podrían haber incluso matado, se les veían las intenciones«.
«Me sentí la peor persona del mundo»
El siguiente paso fue esperar a que terminasen para escapar. Aprovechó que fueron a vestirse. «Hicieron justamente lo que mi cabeza pensó: ‘Cuando acaben o se vistan o se aparten, escápate’. Cuando acabaron, fueron a vestirse. Yo no veía nada, estaba todo oscuro, no había luz, no entraba el sol a la casa, me escondieron el móvil debajo de un colchón, mi madre llamándome y yo con un 3 de batería». Ni siquiera pudo encontrar la ropa interior porque no la pudo ver. Al día siguiente, la Policía la encontraría cuando acudió con ella a la casa para ver si reconocía el escenario.
Cuando por fin pudo huir a hurtadillas, sola y muerta de miedo, salió corriendo, no miró hacia atrás, «solo pensaba en irme a mi casa, me dolía todo, las muñecas, los tobillos, los hombros,… Me sentí la peor persona del mundo».
«Se reían como si les pareciese gracioso»
Al rememorar los hechos a preguntas de las partes durante la prueba preconstituida, aún recuerda otro detalle que perfila lo que es una violación grupal y el momento psicológico del agresor: «Mientras se turnaban, se reían, como si les pareciese algo gracioso, como si les pareciese que yo estaba gozando, pero yo estaba llorando de angustia».
Cuando se le pregunta qué sintió, no lo duda: «Tristeza, rabia y frustración». Y hoy, apenas iniciado el tratamiento psicológico -en su caso, la jueza de Menores no consintió que lo recibiera hasta celebrar la prueba preconstituida en la cámara Gesell por si su testimonio se veía contaminado-, sigue igual de destrozada.
Las secuelas: ansiedad, insomnio, miedo…
La fiscal recoge, de hecho, en su escrito de calificación provisional que en junio pasado, cuando se hizo la prueba de la Gesell 14 meses después de la violación múltiple, presentaba «ansiedad, irritabilidad, insomnio, tiene pesadillas, espera a que amanezca para dormir, tiene pánico a dormir, come mal y ha perdido peso; no sale de casa si no es con su madre; ha tenido que cambiar de colegio, ya que se han enterado en el centro escolar de lo ocurrido y eso le afecta. Ha dejado de lado el aseo personal».
El acoso escolar, que derivó en cambio de ciudad y de colegio, se produjo después de que la cofundadora de Vox, la ultra Cristina Seguí, difundiera en su canal de Twitter entonces, un vídeo robado de las menores y numerosos tuits que permitían su identificación y en las que vilipendiaba a las niñas asegurando que no habían sido violadas y que no tenían 12 años. Todo ello está actualmente bajo investigación en un juzgado de València tras la denuncia de la fiscal de Menores, la asociación de consumidores Facua y la madre de la niña X.
Cuando la niña X llegó a su casa, contó a su madre lo sucedido y la mujer alertó a la Policía Nacional, que la acompañó con la pequeña a un hospital de València. Esa primera exploración ginecológica y forense, que certificó el ataque sexual, fue casi simultánea con la de Y, que también había ido a otro hospital con sus progenitores. Fue esa doble exploración la que puso en marcha una investigación que permitió detener a cuatro de los cinco presuntos violadores, ya que el quinto, como ha venido publicando este diario, tenía menos de 14 años, así que no es imputable penalmente.
La amiga, testigo de excepción
Cuando comenzó la brutal violación en manada de la niña X, su amiga, Y, seguía en ese sótano oscuro y lleno de basuras, trastos y humedad. Cuando vio lo que empezaba a suceder, asustada, se escondió pegada a la pared. Se quedó un momento, lo justo para grabar un par de vídeos de unos segundos en los que se escuchan los gritos de la víctima y, sin que la vieran, escapó. Mandó los vídeos a una amiga suya a través de Instagram, y fue esta tercera niña, tres años mayor que X e Y, quien se dio cuenta de la dimensión de lo que estaba sucediendo y alertó de inmediato a su madre. La mujer llamó en ese momento a la Policía Local de Burjassot y desencadenó el operativo policial, aunque la mugrienta casa abandonada no pudo ser localizada hasta el día siguiente.
«Llama a la Policía. Están violando a mi amiga»
El testimonio de Y es la segunda prueba de cargo contra los acusados, que se suma al informe pericial judicial de la psicóloga del IML. «La vi en un colchón con los chicos, rodeada, ella empezaba a gritar, en plan como que estaba incómoda, a quejarse… Hacía ruidos de dolor. Y yo estaba como muy asustada. Empecé a asustarme, se lo dije a una amiga mía y le mandé dos vídeos que se veía a ella gritando, quejándose, yo veía como que la estaban cogiendo para que no se moviera, y ella estaba muy incómoda, diciendo que pararan, y ellos seguían, yo estaba muy asustada, quería ayudarla, pero no iba a ir a defenderla por si ellos también me cogían a mí, y yo estaba escondida en una pared, con el móvil, me quedaba un 2 de batería y le dije a mi amiga: ‘Llama a la policía porque están violando a mi amiga enfrente mía’. Y yo ya me fui».