Resulta imposible no acordarse de los versos de Sánchez Ferlosio cuando se buscan enseñanzas a la bancarrota de WeWork. “Vendrán más años malos y nos harán más ciegos” / “Vendrán más años ciegos y nos harán más malos”/. El milagro dorado de espacios compartidos flexibles (coworking) creado por el emprendedor israelí-americano, de 44 años, Adam Neumann, prometía revolucionar cómo trabajan empresas de miles de empleados. Cerveza, café y aperitivos bajo una luz ultramarina. Todo por una renta al mes. Todo volatilizado. Toda una utopía. Aunque hay quien aún defiende la idea. “Permitió a las personas establecer contactos con otras de las que podrían aprender o intercambiar recursos”, comenta Gretchen Spreitzer, experta en liderazgo de la Universidad de Míchigan.
El incierto futuro de las oficinas
“La historia resulta clara. El futuro del trabajo era incluso más radical de lo que WeWork podría haber imaginado: un mañana sin oficinas”. Quizá esta sea la conclusión que justifica el desmoronamiento de la, una vez, cegadora estrella. Es la voz de Louis R. Hyman, profesor de Relaciones Laborales de la Universidad de Cornell de Nueva York. “Después de la pandemia quedó claro que ni los empleados ni los autónomos necesitaban espacio de oficina, ni menos pagar por ello”, añade. “Todo el disfraz de barriles de cerveza y cafeteras no podía ocultar que su crecimiento se basaba en una demanda muy pequeña de oficinas”. Hay otra lección. La biografía es la más falsa de todas las artes. Eso escribió el escritor Francis Scott Fitzgerald. El periodista estadounidense Walter Isaacson se ha enfrentado con vidas míticas. Albert Einstein, Benjamin Franklin, Elon Musk, Leonardo da Vinci y Steve Jobs. También se acercó a Adam Neumann, cofundador de WeWork, a quien comparó con Jobs y el genio renacentista. No vio que en realidad estaba comprando un billete en el Titanic.